sábado, 19 de junio de 2010

La Laguna de Yanamate

Hace muchísimos años, cuando se estaban formando los primeros pueblos de Pasco; en el gigantesco lecho que hoy ocupa la laguna de Yanamate, emergió un pueblo de gentes buenas y laboriosas, que fue ubicado en una hondonada que lo abrigaba de los rigores de los fríos cordilleranos, tenía a sus casas dispuestas, todas a la vez, de la única y prolongada calle central.
Salían de sus casas, hombres, mujeres y niños a pastar su ganado y sólo retornaban al caer el sol, alegres y felices, seguidos por el persistente ladrido de sus perros guardianes. Este empeño cotidiano de las gentes determinó un aumento notable del ganado y, a su vez, en prosperidad y tranquilidad económica. Cada año, en agradecimiento por los bienes recibidos, celebraban una fiesta en honor del Todopoderoso.
Esta fiesta fue aumentándose en días y con la continuidad, perdió su sentido religioso y se convirtió en una celebración pagana y atroz. La gente había olvidado la observancia de los mandamientos. Apareció por un extremo de la única calle del pueblo, un anciano andrajoso y pobre, cubierto de harapos y llagas. Deseando obtener el auxilio cristiano de los fiesteros, iba de casa en casa pidiendo pan y agua para saciar su hambre y su sed. Pero de cada casa a la que llegaba, era echado a empujones y con desprecio. Agobiado y confundido, el anciano estaba a punto de retirarse cuando alcanzó a ver una pequeña casucha, en cuyo interior una joven mujer atendía a sus hijos. Se acercó a esta casa y pidió la caridad de la mujer, obteniendo esta respuesta “Bien, abuelito, toma asiento, espéranos un momento y en cuanto
se desocupe nuestro único mate, te alcanzaremos de comer. Tienes que perdonarnos porque somos muy pobres, diciendo esto atendió al anciano con lo poco que tuvo, pero con gran cariño.
Cuando hubo terminado, el anciano dirigiéndose a la buena mujer le dijo: Gracias hija, tú eres la única persona en este pueblo que todavía conserva las enseñanzas que le di. Haz tenido caridad conmigo y no obstante tener un solo yana mate, has compartido tu pobreza.
En recompensa, tú te salvarás. Para ello, coge a tus hijos y vete por aquellas alturas, pero oigas lo que oigas, no darás la vuelta. Al escuchar las palabras del anciano, la mujer estremecida, recogió la poca ropa que tenía y en cumplimiento de la orden se fue llevando a sus hijos. Ya estaban por superar los cerros, cuando unas explosiones estremecedoras se oyeron a sus espaldas. Estos ensordecedores ruidos se mezclaban con desgarradores gemidos de gente y animales.
Dos veces la mujer venció la tentación de volverse pero, a la tercera, ya muy conmovida, volvió la cabeza y horrorizada vio que del cielo, como si alguien lo vaciara, gran cantidad de agua caía sobre el pueblo, inundándolo todo y al poco rato se quedó convertida en piedra.

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