jueves, 24 de diciembre de 2009

LOS CAPACHEROS

Entre los años de 1938 y 1940 las minas de San Alberto y Santa Clara que estaban entre cincuenta y cien metros del antiguo Lourdes, donde funcionaban oficinas y talleres de la Cerro de Pasco Copper Corporation, empresa que por entonces estaba en manos de la administración norteamericana quienes explotaban casi la totalidad de las minas de Cerro de Pasco y del centro de nuestra patria.

Las minas de San Alberto y Santa Clara, habían sido cedidas en contrata a unos hermanos especializados en trabajos mineros; las minas en mención estaban ubicadas en el antiguo Yanacancha, que por efectos de la explotación a tajo abierto desapareció paulatinamente. Los contratistas para tener personal enganchaban campesinos en la quebrada del chaupihuaranga para realizar los trabajos de explotación, para esos efectos se encontraba muy poco en nuestro medio, claro que para hacer los trabajos de perforación y enmaderado había gente especializada; los hombres que venían de chaupiguaranga eran para sacar el mineral del subsuelo mediante el capacheo. Estos trabajadores venían de su lugar de origen trayendo sus alimentos que les duraba el tiempo que se quedaban a trabajar (dos a tres meses), para luego retornar a sus chacras a cumplir con sus labores agrícolas, personales y de sus otros patrones, a quienes también se debían.

La explotación de la mina consistía en trabajos a media barreta, para empezar, y, donde había buena veta hacían socavones amplios, el lugar de extracción estaba ubicada a cien metros de profundidad de la superficie; los barreteros, que así se les llamaba a los perforistas y a los que con conocimiento practico desataban los minerales flojos de la parte superior del socavón y de las paredes; utilizaban los barrenos de mano, que a fuerza de golpes de combo hacían de taladros que llegaban a medir como máximo cinco pies de largo; eran expertos en el trazo de los taladros haciendo que tuviera mayor efecto los disparos y la producción en sí. Luego les tocaba el turno a los capacheros, que al venir de sus pueblos habían traído, o en nuestro mercado compraban sus capachos que consistía en una bolsa de cuero de res con capacidad suficiente para que el hombre pudiese cargar los minerales extraídos; del mismo material solían hacer sus rodilleras y hojotas, el primero para no malograr sus pantalones al arrodillarse para cargar el material y el segundo para cubrir sus pies. En el interior de los socavones, luego de la coca, fiel acompañante suyo, empieza su labor desde las seis de la mañana en trabajo duro de idas y vueltas donde el capachero llenaba un cajón, seguro con capacidad de dos metros cúbicos o más por lo que le pagaban la suma de dos soles de entonces, este cajón lo llenaba en siete u ocho horas trabajando a todo dar e incansablemente.

El capachero en la mañana había tomado su desayuno consistente en una taza de café o té, el primero muchas veces preparado de panes totalmente quemados como el carbón; que regalaban en los hornos de panificación, ese desayuno estaba acompañado de una ración de cancha o papas sancochadas que habían traído de su pachamama. El hombre quedaba exhausto después de dos a tres horas de duro trabajo y se ponía a descansar durante diez minutos o cuarto de hora para masticar un poco de coca y recuperar fuerzas, a esta masticada el capachero lo llamaba la “mishquipada”, y luego de ello volvía a sus labores con su capacho a la espalda.
Entre subir y bajar de los socavones a la superficie, habían hecho al día una caminata de quince a veinte kilómetros aproximadamente, bajo el sol abrasador algunos días y otros bajo la lluvia persistente y el frío que cala hasta los huesos en esta nuestra tierra frígida.
Esta vida era el símbolo de una vil explotación del hombre por el hombre, porque el hombre peruano estaba cumpliendo su sino desde que, hace quinientos trece años las botas del extranjero invadieron nuestra tierra América morena y los que despectivamente nos motejaron de indios y nos trataron como bestias de carga.
Lo grave del caso era que la empresa Cerro de Pasco Copper Corporation, pagaba al contratista una cantidad superior por metro cúbico y este pagaba al campesino capachero la suma de dos soles por llenar aquel cajón de dos metros cúbicos o más. El campesino dejaba sudor, su hambre y sus pulmones hasta volverse neumoconioso en las arcas del contratista y este en las arcas del imperialismo norteamericano y de un mal recordado agiotista de nacionalidad española, quien mediante vales que expedía el contratista, entregaba al capachero, mercaderías a cuenta de sus jornales y que era descontado el día de pago. ¿Qué consumían?, coca, cigarrillos y aguardiente para disipar sus penas, por lo menos una vez a la semana, ¿y la vestimenta del obrero campesino, su mujer e hijos?. Eran totalmente andrajosos, llenos de piojos en sus cuerpos que las madres se encargaban de sacarles a los niños. Que desgracia… la vida de los obreros campesinos.

Todo no quedo en la explotación de los campesinos capacheros, sino también el contratista cayo en infortunio por confiar en un mal compadre que lo traiciono después de haber sido favorecido. Sucede que antes que llegara el compadre felón, el contratista tenia a su servicio jóvenes que entonces habían terminado su quinto año de primaria para controlar las tareas de los trabajadores y el despacho del mineral a la fundición de la Oroya.

En aquella época en la ciudad de Cerro de Pasco no se contaba con colegios de educación secundaria, pero como el compadre felón le había pedido trabajo por haber estudiado en la capital dos o tres años de secundaria, el contratista accedió, marginando a los muchachos que le habían servido con lealtad.

Este compadre por lograr un trabajo en las oficinas de la Cerro de Pasco Copper Corporation, denuncia al contratista de despachar a la oroya mineral de baja ley en perjuicio de la empresa, y los directivos de la Cerro de Pasco aceptan la felonía del ingrato compadre y le otorgan el empleo solicitado. Luego de la iniciación del juicio le quitan el trabajo al contratista y le embargan la suma de trescientos mil soles de oro, que el contratista había guardado en la caja de la empresa minera, aquella cantidad en la década del treinta o cuarenta, era seguramente una suma fabulosa, comparado con el sueldo mensual de un obrero que llegaba a la suma de cincuenta o sesenta soles.
Cuando la familia del contratista vivía en el apogeo económico, sus casas del bario de Yanacancha, que por la época no estaba considerado como distrito, todos los días estaba repleto de familiares desde el desayuno hasta altas horas de la noche que recién se retiraban. Entre los familiares se contaba desde los más cercanos hasta los compadres, ahijados y gentes que vivían del favor del contratista, en la mañana acostumbraban a comprar un canasto de panes, talvez utilizaba medio carnero diario para el almuerzo. Esta vida duro seguramente hasta los últimos meses del año mil novecientos treinta y nueve; y cuando cayo en desgracia la casa del contratista quedo desolada dejando en silencio y abandono a quien los protegiera.

Las fiestas de las cruces de mayo y de la Virgen del Rosario, ya no se celebraban más con el derroche y la algarabía con que realizaban en años anteriores; las fiestas de carnestolendas de igual manera perderían un poco de brillo, sobre todo el club Unión Hijos del Tahuantinsuyo del cual los contratistas eran sus socios protectores, club que fue fundado en el año de mil novecientos treinta y ocho; los hijos de los contratistas habían dejado de estudiar en uno de los buenos colegios de la capital de esta manera perdiendo su futuro, y de seguro su profesionalización.

El contratista juicio a la todopoderosa empresa imperialista y para sostenerla tuvo que vender sus propiedades de uno y otro lugar, Huanuco, Pasco y Lima. La esposa e hijos tuvieron que emigrar a la capital y vivir en un callejón de un solo caño de un distrito.

El fracasado contratista se había perdido en la soledad de su vida, entre tragos y desesperación había descuidado el juicio a la empresa. ¡A ella quien podía ganarle un juicio!, decían. ¡Habiendo jueces venales, abogados bien pagados y dinero a raudales!, se escuchaba.
Así dejamos estas notas de acuerdo ala explotación del minero campesino y decimos:
¡QUIEN A HIERRO MATA, A HIERRRO MUERE!

Por Don Francisco Alvarado Quispe (Don Panchito

1 comentario:

Puma dijo...

Expresar nuestra alegrìa por el trabajo emprendido por el Lic. Ricardo J. Alvarado Fano,toda vez que contribuirá al conocimiento de las ultimas generaciones del publico pasqueño, referente a nuestra historia y leyenda, asimismo es la manera de dar a conocer al mundo de nuestra identidad cultural.Felicitaciones Licenciado Ricardo.