jueves, 24 de diciembre de 2009

En el paraje cubierto de ichu, barrido por los vientos, el pastor buscó, desde la mañana, sus ovejas. No se explicaba cómo habían desaparecido. Luego de mucho caminar llegó a una explanada (con el tiempo, allí se levantaría el Cerro de Pasco). Sorprendido por la noche y el frío, decidió descansar. Al amanecer continuaría la búsqueda. En una cueva, improvisó un lecho. Mientras chacchaba, espe¬rando el sueño, advirtió un resplandor extraño. Se aproximó a la entrada: ¡Qué hermo¬sa era la noche! El cielo, divinamente azul; la luna, encendida, redonda, inmensa, seguía su camino y todo lo bañaba de plata. El pastor quedó sumido. De pronto, un salvaje bufido volviólo a la realidad en el campo, envuelto en luna, un toro blanco, gigantesco, de ojos encendidos, estremecía con bramidos la tierra. Así estuvo cuando, de una cueva, apareció desafiante un toro naranja, enorme, brillante. Entonces, se midie¬ron, dieron rodeos, trabándose en descomunal batalla, ciegos, desesperados, el uno doblegando al otro, entre nubes de polvo y chispas arrancadas de las piedras. Hasta que exhausto el blanco huyó en estampida. Vadiando la laguna de Yanamate se hundió donde, ahora, es Colquijirca. El toro naranja quedó solo, rascaba con sus pesuñas el suelo, nervioso. De otra cueva, entonces, brotó un toro negro, atacando, descomunalmente. Al verlo, el naranja arremetió. Se embistieron sordos, enceguecidos, de pronto, el negro salió corriendo, espantado y se hundió donde, ahora, es Goyllarisquisga. El toro naranja aún estremeció la noche con un bramido vencedor y se perdió en la cueva de donde había salido. El pastor no salía del asombro. Cuando clareó, retornó a su estancia y contó lo sucedido. Meses después llegaron hombres barbados, portaban herramientas, ante la mirada impotente de los nativos.

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